Si bien el crimen nunca es perfecto, “la perfección siempre es criminal”, afirmaba Baudrillard aclarando que en el crimen perfecto, el crimen es la propia perfección. Por otra parte, ¿cómo podría acomodarse la perfección en la obra de arte a un mundo imperfecto? ¿Será por eso que Gaba la pone en cuestión destacando en los personajes femeninos, en sus zapatos, en sus carteras, en sus lápices labiales que siempre hay algo impropio o anómalo?
Liberada de corsés estéticos, su producción artística se desarrolla en el límite leve del objeto artístico, el diseño de moda, la artesanía y la decoración. Neobarrocos y extravagantes, seducidos por el vértigo del exceso, sus objetos y esculturas multiplican el elemento de base -perlas acrílicas engarzadas en mallas metálicas- y, al mismo tiempo, exhiben el ‘error’ del detalle inconsecuente (el color que altera la uniformidad del conjunto) y de la forma que desfuncionaliza o desestructura. Sus incisivas insinuaciones muestran el talento creativo de una artista que se atreve a jugar en un abismo superficial, desafiándonos a ver en la frivolidad un medio para hablar del sin sentido del mundo administrado y, en primer lugar, de la glamorosa inutilidad del consumo. Por eso su obra no es pop. Si lo fuera, se trataría de un pop de segundo o tercer grado, esencialmente irónico, diferente del pop afirmativo de los ’60. Es que, como representante del arte del nuevo milenio, Gaba no puede sino hacer una parodia del consumo, un pseudo homenaje a lo banal.
Si, por un lado, lo que consumimos es inúti y falso (fake) y si, por otro, estamos condenados –como Sísifos antiheroicos– a perpetuar el mismo gesto consumista ¿qué nos queda sino aceptar un hedonismo intermitente, un fugaz consuelo del brillo? De este modo, el brillo encontraría redención como terreno de un deseo deshilvanado y como escudo de la intimidad afectada por el dolor de vacío. Es el vacío que Gaba encarna en la figura de la mujer. Con alegría crispada, ella ocupa, visiblemente, un lugar central. Más allá de la “bella apariencia” (la del 90-60-90), es el lugar de una falta, lo que busca completarse; es también símbolo de la sexualidad instintiva y de la erotomanía, del delirio de ser amado.
Como sugiere el título Punk in happiness, las transgresiones de Gaba operan sobre un trasfondo de positividad. Así su shock estético irradia vida, compromiso con la vida. Es exorcismo del dolor a través del trabajo como ritual paciente y silencioso. No hay ya melancolía o desconsuelo. Ya no parece importante poner en escena la belleza dolorida, como ocurría en la performance Beautiful in pain, de la que participaron celebrities vestidas a la manera de homeless. Hoy, los personajes pueden des-ensimismarse y contemplar el afuera: la belleza del paisaje natural, el triunfo de una belleza generada desde el baldío. Belleza imperfecta, quizás, pero en desarrollo, libre.
Liberada de corsés estéticos, su producción artística se desarrolla en el límite leve del objeto artístico, el diseño de moda, la artesanía y la decoración. Neobarrocos y extravagantes, seducidos por el vértigo del exceso, sus objetos y esculturas multiplican el elemento de base -perlas acrílicas engarzadas en mallas metálicas- y, al mismo tiempo, exhiben el ‘error’ del detalle inconsecuente (el color que altera la uniformidad del conjunto) y de la forma que desfuncionaliza o desestructura. Sus incisivas insinuaciones muestran el talento creativo de una artista que se atreve a jugar en un abismo superficial, desafiándonos a ver en la frivolidad un medio para hablar del sin sentido del mundo administrado y, en primer lugar, de la glamorosa inutilidad del consumo. Por eso su obra no es pop. Si lo fuera, se trataría de un pop de segundo o tercer grado, esencialmente irónico, diferente del pop afirmativo de los ’60. Es que, como representante del arte del nuevo milenio, Gaba no puede sino hacer una parodia del consumo, un pseudo homenaje a lo banal.
Si, por un lado, lo que consumimos es inúti y falso (fake) y si, por otro, estamos condenados –como Sísifos antiheroicos– a perpetuar el mismo gesto consumista ¿qué nos queda sino aceptar un hedonismo intermitente, un fugaz consuelo del brillo? De este modo, el brillo encontraría redención como terreno de un deseo deshilvanado y como escudo de la intimidad afectada por el dolor de vacío. Es el vacío que Gaba encarna en la figura de la mujer. Con alegría crispada, ella ocupa, visiblemente, un lugar central. Más allá de la “bella apariencia” (la del 90-60-90), es el lugar de una falta, lo que busca completarse; es también símbolo de la sexualidad instintiva y de la erotomanía, del delirio de ser amado.
Como sugiere el título Punk in happiness, las transgresiones de Gaba operan sobre un trasfondo de positividad. Así su shock estético irradia vida, compromiso con la vida. Es exorcismo del dolor a través del trabajo como ritual paciente y silencioso. No hay ya melancolía o desconsuelo. Ya no parece importante poner en escena la belleza dolorida, como ocurría en la performance Beautiful in pain, de la que participaron celebrities vestidas a la manera de homeless. Hoy, los personajes pueden des-ensimismarse y contemplar el afuera: la belleza del paisaje natural, el triunfo de una belleza generada desde el baldío. Belleza imperfecta, quizás, pero en desarrollo, libre.